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“Desmintiendo 5 mitos sobre el ahorro energético: separando la ficción de la realidad”

Hoy, en el Día Mundial del Ahorro Energético, es esencial cuestionar algunas creencias que, aunque populares, pueden obstaculizar la adopción de soluciones realmente eficaces. En Ingenature, como consultora de eficiencia energética, conocemos de primera mano estas creencias erróneas y desconocedoras del verdadero significado de eficiencia y ahorro energético.

Esta es una de las excusas más comunes para no actuar. El ahorro energético no es una cuestión de todo o nada. Si bien es cierto que las industrias son grandes consumidoras de energía, el sector residencial representa alrededor del 30% del consumo total en muchos países desarrollados. Ignorar esta porción del problema es perder una oportunidad clave para reducir emisiones y depender menos de fuentes de energía no renovable.

Cada pequeño cambio, como mejorar la eficiencia de electrodomésticos o reducir el consumo en el hogar, tiene un «efecto dominó». Menos demanda en los hogares puede reducir la necesidad de generación de energía en plantas de producción. Las acciones individuales o de pequeñas empresas pueden parecer insignificantes frente al consumo energético global, pero tienen un impacto más allá del ahorro directo. Cuando muchas personas o pequeñas organizaciones adoptan prácticas de ahorro energético, esto genera una mayor conciencia en la sociedad sobre la importancia de la sostenibilidad. Esa conciencia social puede traducirse en un cambio cultural donde el ahorro energético y la eficiencia se ven como una prioridad.

Con el tiempo, esta demanda social y las expectativas sobre sostenibilidad ejercen presión sobre las grandes empresas y gobiernos. Las corporaciones más grandes, al ver que los consumidores valoran la eficiencia energética o buscan productos y servicios más sostenibles, se ven incentivadas a adoptar prácticas más ecológicas. Además, los gobiernos pueden sentirse presionados a implementar políticas y normativas más estrictas sobre eficiencia energética para satisfacer las expectativas de la población.

Este mito se basa en la creencia de que la eficiencia energética es un estado que se alcanza y se mantiene de forma estática. En realidad, la eficiencia es un proceso dinámico. Las tecnologías, los sistemas de gestión y los métodos de operación evolucionan constantemente, y lo que hoy es eficiente puede quedar obsoleto en pocos años. Las empresas y los hogares deben adoptar una mentalidad de mejora continua. Así lo establecen las normativas como el Documento Básico de Ahorro de Energía del Código Técnico de la Edificación, que evoluciona a lo largo de los años con directrices más exigentes y encaminadas a la descarbonización de los edificios.

La inversión en tecnología emergente como la inteligencia artificial aplicada a la gestión energética o la domótica ajustan el consumo en tiempo real y pueden ofrecer ahorros adicionales a sistemas que ya se consideran eficientes. Permiten que el sistema sea adaptativo, ajustándose continuamente a las circunstancias cambiantes (por ejemplo, días más soleados que reducen la necesidad de iluminación artificial, o menos personas en un edificio que requieren menos climatización). Esto crea un uso más dinámico y personalizado de la energía, en lugar de depender de configuraciones fijas. Incluso en infraestructuras aparentemente optimizadas, el uso de sistemas predictivos para ajustar la demanda según el comportamiento de los usuarios puede generar reducciones de hasta un 15-20% más de lo esperado.

3. “Las energías renovables son la única solución para reducir las emisiones, no el ahorro energético”

La transición a energías renovables es fundamental, pero no suficiente por sí sola. Apostar únicamente por fuentes limpias sin reducir el consumo energético es como seguir llenando una bañera sin reparar las fugas. La energía más limpia es la que no se consume. Además, la implantación de renovables a gran escala todavía requiere tiempo y recursos significativos.

El ahorro energético y la eficiencia reducen la necesidad de sobredimensionar las infraestructuras renovables. Cada kilovatio hora ahorrado significa una menor presión para generar energía adicional, y esto también implica que las energías renovables puedan cubrir una mayor porción de la demanda sin sobrecargar la red o requerir un incremento de las plantas de producción renovable, lo que supone un mayor uso de recursos y aumento de los costes.

Es cierto que las normativas de eficiencia energética pueden aumentar los costes iniciales de ciertos productos o reformas, pero es un error considerar solo el coste inicial sin tener en cuenta el ahorro a largo plazo. Las normativas están diseñadas para garantizar que los edificios y sistemas sean más eficientes, lo que se traduce en menores costes operativos durante toda su vida útil. Además, en muchos casos, existen subvenciones y ayudas públicas para compensar parte de esa inversión inicial.

Las subvenciones y deducciones fiscales disponibles para la adopción de medidas de eficiencia energética pueden reducir considerablemente el coste de las mejoras. Además, el ahorro energético acumulado suele superar con creces la inversión inicial, acelerando el retorno de la inversión. En España y en muchos países europeos, la instalación de sistemas de aislamiento, paneles solares o bombas de calor es financiada parcialmente por programas de incentivos que permiten amortizar la inversión en menos tiempo. Además, los productos energéticamente eficientes tienden a ser más duraderos y requieren menos mantenimiento, lo que también contribuye a reducir los costes a largo plazo.

Por otro lado, las normativas no solo generan ahorro en energía, sino que también impulsan la calidad de vida. Un edificio bien aislado no solo ahorra en climatización, sino que también aumenta el confort térmico y acústico, y puede incluso mejorar la salud de sus ocupantes al reducir la humedad y la aparición de moho. Así, los beneficios no se limitan solo a lo económico, sino que se extienden al bienestar general.

Uno de los mitos más dañinos es la percepción de que ahorrar energía implica renunciar al confort. Esta idea se basa en prácticas antiguas, donde la única forma de ahorrar energía era reducir el uso de la calefacción o el aire acondicionado. Hoy en día, los avances tecnológicos permiten ahorrar energía sin comprometer el bienestar.

Con tecnologías inteligentes, como termostatos programables, sistemas de iluminación automatizados o climatización zonificada, el confort se puede mejorar a la vez que se reduce el consumo. Por ejemplo, una gestión eficiente de la calefacción puede mantener una temperatura óptima en las habitaciones que están ocupadas mientras que reduce el consumo en las que no lo están. Además, los sistemas inteligentes no solo ahorran energía, sino que también mejoran la calidad de vida, haciendo los espacios más personalizados y adaptados a las necesidades individuales.

El ahorro energético no es una cuestión de hacer sacrificios, sino de optimizar recursos y adoptar una mentalidad de mejora continua. Aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías y entender que cada pequeño cambio tiene un impacto multiplicador es clave para un futuro más sostenible. En el Día Mundial del Ahorro Energético, desafiemos estos mitos y adoptemos un enfoque pragmático y proactivo hacia la eficiencia.